DE LA CONFRONTACION A LA UNIDAD
La diferencia entre este 11 de septiembre y los anteriores radica en que la persona del Presidente Pinochet ya no está con nosotros.
Para quienes fuimos sus partidarios, es un momento para recordar su figura y su obra en beneficio del país. Es evidente que para sus detractores esta fecha también está llena de significados y contenidos. Si todos aceptáramos que respecto de los hechos históricos relacionados con el 11 de septiembre existen visiones distintas y legítimas, el país daría el primer paso verdadero hacia la superación de las heridas del pasado.
Chile necesita pasar de una etapa de confrontación a una de búsqueda de la unidad nacional. Ningún país construye su futuro entrampado en sus quiebres históricos pasados. Ellos deben servir de elemento de reflexión, para no cometer los mismos errores que generaron las causas de la crisis que vivió Chile y que hicieron de la intervención de las Fuerzas Armadas una salida inevitable. Tal como explicaba el ex Presidente Eduardo Frei Montalva en su histórica carta al Primer Ministro italiano Mariano Rumor:
"Este país ha vivido más de 160 años de democracia prácticamente ininterrumpida. Es de preguntarse entonces cuál es la causa y quiénes son los responsables de su quiebre. A nuestro juicio -prosigue el ex Mandatario-, la responsabilidad íntegra de esta situación -y lo decimos sin eufemismo alguno- corresponde al régimen de la Unidad Popular instaurado en el país".
"El Presidente de la República declaraba respetar la ley, la Constitución y la democracia -señala Frei en su misiva-, pero todas sus declaraciones eran de inmediato contradichas por los hechos, ya que todos los compromisos fueron violados y todas las afirmaciones desmentidas posteriormente por sus actos", concluía Eduardo Frei Montalva.
A su turno, Patricio Aylwin lo confirmaba en declaraciones del 19 de octubre de 1973:
"La verdad es que la acción de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros no vino a ser sino una acción preventiva que se anticipó a un autogolpe de Estado, que con la ayuda de milicias armadas con enorme poder militar de que disponía el Gobierno y con la colaboración de no menos de 10 mil extranjeros que había en este país pretendían o habrían consumado una dictadura comunista".
Se vivía en esa época un clima de enorme polarización y violencia. Jaime Guzmán le escribía a su madre el 29 de agosto de 1973, relatando:
"En estos días he vuelto a ser violentamente atacado en los titulares de primera página de los diarios marxistas, 'como ideólogo del terrorismo y del golpe'. Ignoro si con ello pretenderán desprestigiarme o amedrentarme. Si fuera lo primero, creo que la falsedad es demasiado burda para ser creída. Si se tratara de lo segundo, no entiendo cómo no se han dado cuenta de que pierden su tiempo".
Al recordar estos testimonios no se pretende reabrir un debate sobre visiones antagónicas, sino que reforzar la idea de que los responsables de la crisis no se encuentran exclusivamente entre los integrantes de nuestros institutos armados.
Con la llegada del Bicentenario, nos acercaremos a cumplir cuatro décadas del 11 de septiembre. Chile merece y necesita superar la confrontación y la violencia como método para zanjar nuestras diferencias. Las nuevas generaciones debieran conocer en profundidad las causas, extraer las lecciones históricas y trabajar por la unidad y el progreso del país. Ése fue el espíritu que inspiró al Presidente Pinochet en sus últimos años de vida.
Los dolores no son patrimonio sólo de un sector político. La fractura social que vivió Chile tiene responsables múltiples y afectó a toda una generación. No se puede adjudicar sólo a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de la crisis, porque esa sería una mirada sesgada e injusta.
Cuando se habla de si la obra del Presidente Pinochet fue positiva o negativa para Chile, basta constatar que la mayor parte de las transformaciones económicas y sociales impulsadas durante su mandato se mantienen -en lo central- sin grandes variaciones. Ellas han sido el fundamento básico de la transición política y el desarrollo económico que el mundo ha apreciado y valorado de Chile. Los avances en ambos planos han beneficiado a los chilenos, cualquiera haya sido su visión sobre el pasado. Ello debiera servir, ahora, para acometer el desafío, naturalmente no exento de dificultades, de avanzar en la materialización de gestos recíprocos que demuestren que el futuro nos une por sobre los conflictos del pasado.
Ese espíritu debiera inspirar a los chilenos y chilenas de hoy, para vivir en un país enfocado en la solución de sus problemas y en los desafíos pendientes del futuro.
La diferencia entre este 11 de septiembre y los anteriores radica en que la persona del Presidente Pinochet ya no está con nosotros.
Para quienes fuimos sus partidarios, es un momento para recordar su figura y su obra en beneficio del país. Es evidente que para sus detractores esta fecha también está llena de significados y contenidos. Si todos aceptáramos que respecto de los hechos históricos relacionados con el 11 de septiembre existen visiones distintas y legítimas, el país daría el primer paso verdadero hacia la superación de las heridas del pasado.
Chile necesita pasar de una etapa de confrontación a una de búsqueda de la unidad nacional. Ningún país construye su futuro entrampado en sus quiebres históricos pasados. Ellos deben servir de elemento de reflexión, para no cometer los mismos errores que generaron las causas de la crisis que vivió Chile y que hicieron de la intervención de las Fuerzas Armadas una salida inevitable. Tal como explicaba el ex Presidente Eduardo Frei Montalva en su histórica carta al Primer Ministro italiano Mariano Rumor:
"Este país ha vivido más de 160 años de democracia prácticamente ininterrumpida. Es de preguntarse entonces cuál es la causa y quiénes son los responsables de su quiebre. A nuestro juicio -prosigue el ex Mandatario-, la responsabilidad íntegra de esta situación -y lo decimos sin eufemismo alguno- corresponde al régimen de la Unidad Popular instaurado en el país".
"El Presidente de la República declaraba respetar la ley, la Constitución y la democracia -señala Frei en su misiva-, pero todas sus declaraciones eran de inmediato contradichas por los hechos, ya que todos los compromisos fueron violados y todas las afirmaciones desmentidas posteriormente por sus actos", concluía Eduardo Frei Montalva.
A su turno, Patricio Aylwin lo confirmaba en declaraciones del 19 de octubre de 1973:
"La verdad es que la acción de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros no vino a ser sino una acción preventiva que se anticipó a un autogolpe de Estado, que con la ayuda de milicias armadas con enorme poder militar de que disponía el Gobierno y con la colaboración de no menos de 10 mil extranjeros que había en este país pretendían o habrían consumado una dictadura comunista".
Se vivía en esa época un clima de enorme polarización y violencia. Jaime Guzmán le escribía a su madre el 29 de agosto de 1973, relatando:
"En estos días he vuelto a ser violentamente atacado en los titulares de primera página de los diarios marxistas, 'como ideólogo del terrorismo y del golpe'. Ignoro si con ello pretenderán desprestigiarme o amedrentarme. Si fuera lo primero, creo que la falsedad es demasiado burda para ser creída. Si se tratara de lo segundo, no entiendo cómo no se han dado cuenta de que pierden su tiempo".
Al recordar estos testimonios no se pretende reabrir un debate sobre visiones antagónicas, sino que reforzar la idea de que los responsables de la crisis no se encuentran exclusivamente entre los integrantes de nuestros institutos armados.
Con la llegada del Bicentenario, nos acercaremos a cumplir cuatro décadas del 11 de septiembre. Chile merece y necesita superar la confrontación y la violencia como método para zanjar nuestras diferencias. Las nuevas generaciones debieran conocer en profundidad las causas, extraer las lecciones históricas y trabajar por la unidad y el progreso del país. Ése fue el espíritu que inspiró al Presidente Pinochet en sus últimos años de vida.
Los dolores no son patrimonio sólo de un sector político. La fractura social que vivió Chile tiene responsables múltiples y afectó a toda una generación. No se puede adjudicar sólo a las Fuerzas Armadas la responsabilidad de la crisis, porque esa sería una mirada sesgada e injusta.
Cuando se habla de si la obra del Presidente Pinochet fue positiva o negativa para Chile, basta constatar que la mayor parte de las transformaciones económicas y sociales impulsadas durante su mandato se mantienen -en lo central- sin grandes variaciones. Ellas han sido el fundamento básico de la transición política y el desarrollo económico que el mundo ha apreciado y valorado de Chile. Los avances en ambos planos han beneficiado a los chilenos, cualquiera haya sido su visión sobre el pasado. Ello debiera servir, ahora, para acometer el desafío, naturalmente no exento de dificultades, de avanzar en la materialización de gestos recíprocos que demuestren que el futuro nos une por sobre los conflictos del pasado.
Ese espíritu debiera inspirar a los chilenos y chilenas de hoy, para vivir en un país enfocado en la solución de sus problemas y en los desafíos pendientes del futuro.